BERBEL (Islas Canarias, España)
jueves, 5 de agosto de 2010
martes, 20 de julio de 2010
Berbel - Poemas
BERBEL. POEMAS.
Tengo el Madrid.
de los zapatos de charol que se comían
los calcetines blancos en las procesiones.
El del ayer, el hoy y el mañana;
el de Galdós y Alonso Quesada al mismo tiempo.
Madrid de los silencios y de aguas finas del Lozoya.
Atragantado de estrellas hollywoodenses recién estrenadas en la Gran Vía.
Madrid de abrigos de astracán que buscan el océano por todas sus esquinas
y mares pintados de azul brillante que siempre fueron de cartón.
Bocas del metro en las que entro y salgo.
Soy un gusano más que camina por debajo de la tierra
y soy gentío y muchedumbre variopinta.
Estaciones engullidoras de prisas, navajeros, carteristas y almas cándidas,
buscadores de sueños, libros, libreros, tertulias, tugurios y cafés.
Madrid de tránsito, pasada y esperanza.
Madrid extravío, estrafalario, fanfarrón, sofocante, descarado, intelectual,
bullicioso y bohemio. Cursi, cortés, elocuente, aristocrático, escapado,
hortera, ruidoso, castizo, obrero y frívolo.
Tengo un Madrid distinto, intermitente, transparente y oscuro,
de años crecidos a la sombra del madroño,
durmiendo la siesta a la vera del perro de la infanta Margarita.
Madrid de espárragos, fresones, churros, tortillas y cocidos,
perdido entre mesones, tascas y tabernas que huelen a vinagre y aceitunas.
Gritos, carreras, grises, mítines, panfletos y más palos.
Madrid, ella, seducida y seductora, remangada de espantos y tragedias.
Expendedora recia de aguardientes, cañas, chatos y cazallas.
Retadora y encarada al futuro.
Madrid de álamos, chopos, cipreses, castaños, amoríos y funerales.
Madrid de ferias y trifulcas. Madrid de los delirios. Madrid de los encantos.
Arañada y transgredida de historia y corazón.
Tengo el Madrid que ahora es otra cosa, insistiendo y atiborrada de ecos.
Estructuro tus calles, tu memoria: La Castellana con sus brazos abiertos
Y los besos redondos de Botero en el Paseo de Recoletos.
Sigo tomándome el café con La Cibeles y ni me rugen los leones de Las Cortes.
Saludo al Neptuno y hago mis reverencias a Velásquez o me bebo
los rojos de Goya en cada encuentro fortuito.
Madrid de Austrias y Borbones. De “ahí está” la Puerta de Alcalá y
allá la Plaza Mayor con sus bufones modernos.
Me trago a los insospechados, desconocidos y locos
de Malasaña a Chueca. De la Movida a los okupas y emigrantes.
Tú la Castilla y yo la villana. Pretenciosas y soberbias ambas,
que añoran el matiné de las tardes postizas de la infancia..
Hierros, cristales y árboles que siguen conociéndome
como a una más de las Descalzas Reales o de poetas primerizos en ebullición.
Ay, mi Madrid, isla gigante de tantos náufragos hambrientos.
Brújula de las aristas del tiempo que huele a nardos y a violetas.
Hoy suspiro en Barajas y maldigo la T-4.
Madrid, embarcadero de ilusiones. Kilómetro cero de tantos futuros.
Puerto perdido, faro y marea de aquellos años míos lejanos.
Madrid, Madrid de mis espejos.
Tú que me sigues queriendo, me sigues queriendo
-inexplicablemente- una hora más que yo.
Tengo el Madrid.
de los zapatos de charol que se comían
los calcetines blancos en las procesiones.
El del ayer, el hoy y el mañana;
el de Galdós y Alonso Quesada al mismo tiempo.
Madrid de los silencios y de aguas finas del Lozoya.
Atragantado de estrellas hollywoodenses recién estrenadas en la Gran Vía.
Madrid de abrigos de astracán que buscan el océano por todas sus esquinas
y mares pintados de azul brillante que siempre fueron de cartón.
Bocas del metro en las que entro y salgo.
Soy un gusano más que camina por debajo de la tierra
y soy gentío y muchedumbre variopinta.
Estaciones engullidoras de prisas, navajeros, carteristas y almas cándidas,
buscadores de sueños, libros, libreros, tertulias, tugurios y cafés.
Madrid de tránsito, pasada y esperanza.
Madrid extravío, estrafalario, fanfarrón, sofocante, descarado, intelectual,
bullicioso y bohemio. Cursi, cortés, elocuente, aristocrático, escapado,
hortera, ruidoso, castizo, obrero y frívolo.
Tengo un Madrid distinto, intermitente, transparente y oscuro,
de años crecidos a la sombra del madroño,
durmiendo la siesta a la vera del perro de la infanta Margarita.
Madrid de espárragos, fresones, churros, tortillas y cocidos,
perdido entre mesones, tascas y tabernas que huelen a vinagre y aceitunas.
Gritos, carreras, grises, mítines, panfletos y más palos.
Madrid, ella, seducida y seductora, remangada de espantos y tragedias.
Expendedora recia de aguardientes, cañas, chatos y cazallas.
Retadora y encarada al futuro.
Madrid de álamos, chopos, cipreses, castaños, amoríos y funerales.
Madrid de ferias y trifulcas. Madrid de los delirios. Madrid de los encantos.
Arañada y transgredida de historia y corazón.
Tengo el Madrid que ahora es otra cosa, insistiendo y atiborrada de ecos.
Estructuro tus calles, tu memoria: La Castellana con sus brazos abiertos
Y los besos redondos de Botero en el Paseo de Recoletos.
Sigo tomándome el café con La Cibeles y ni me rugen los leones de Las Cortes.
Saludo al Neptuno y hago mis reverencias a Velásquez o me bebo
los rojos de Goya en cada encuentro fortuito.
Madrid de Austrias y Borbones. De “ahí está” la Puerta de Alcalá y
allá la Plaza Mayor con sus bufones modernos.
Me trago a los insospechados, desconocidos y locos
de Malasaña a Chueca. De la Movida a los okupas y emigrantes.
Tú la Castilla y yo la villana. Pretenciosas y soberbias ambas,
que añoran el matiné de las tardes postizas de la infancia..
Hierros, cristales y árboles que siguen conociéndome
como a una más de las Descalzas Reales o de poetas primerizos en ebullición.
Ay, mi Madrid, isla gigante de tantos náufragos hambrientos.
Brújula de las aristas del tiempo que huele a nardos y a violetas.
Hoy suspiro en Barajas y maldigo la T-4.
Madrid, embarcadero de ilusiones. Kilómetro cero de tantos futuros.
Puerto perdido, faro y marea de aquellos años míos lejanos.
Madrid, Madrid de mis espejos.
Tú que me sigues queriendo, me sigues queriendo
-inexplicablemente- una hora más que yo.
Berbel - nota
BERBEL. NOTA.
Vine a Madrid como llegan las olas a mi playa: en un descuido del destino. Llegué desde la geografía estirada de la infancia que no tiene carné de identidad, ni pasaporte alguno de fronteras. Sonajero de risas y escapada de espuma estuve en el Madrid extraño de mis cosas, el del frío, la bufanda, los guantes de lana y el gorrito de fieltro y… “tápate la boca al salir” del Doré y “no tires al suelo las cáscaras de las pipas” en los cines de verano. Como una gaviota blanca del Mediterráneo que esperase el Atlántico de su futuro, perdida en el asfalto y guiñándole el ojo a Las Meninas o contemplando extasiada a aquel hombre triste de la mano en el pecho del Museo del Prado. Vine a Madrid porque ya estaba en mí sus costas, sus sabores añejos, la lluvia y mis botas de agua, diminutas; el sereno y el hombre bueno del organillo y hasta los sabañones y las gripes. Arañando sus calles, jugando a la comba cuando era “la viudita del Conde Laurel” en El Retiro y echándole migas a los patos del lago, estuve, estuve en ese otro Madrid de siglos míos. Sin ser jamás “la flor de Chamberí” ni la chicuela de un chotis, me tragué todo lo que decía Bobby Deglané en aquella radio de madera y hasta me enteré que existía un tal Perico Chicote. Ah, y conocí a “la emperatriz de Lavapiés” desde que vino al mundo Chelito, en el Gómez Ulla de Carabanchel, para compartir conmigo los conciertos de la Villa y Corte. Suspirando a castizo todo lo que tocaba, las zarzuelas se merendaban conmigo las tardes de granizo y el brasero de la mesa de camilla entre los cuentos de Calleja y Perrault, los cromos y el Florita. Vine a mordisquear todos los nombres sustantivos y propios a mi alcance: los barquillos, las fiestas de guardar, el negrito del Cola-Cao, himnos, uniformes, marchas y desfiles militares, el lugar de los inválidos en los autobuses, los viejitos al sol en los bancos de las plazas, la enciclopedia Miñón, el Catón y el Guerrero del antifaz, la Arganzuela, Curtidores de Cascorro y El Rastro, La Latina y la estación de Atocha, las Vistillas, las boticas, Norit el borreguito, Marcelino, pan y vino, los caballitos del tiovivo, el Nodo, el Palacio Real y la Plaza Mayor por navidades, la Posada de la Villa y Chamberí, los “Bartolillos” y los pasteles de Gloria por Cuaresma o las horchatas y limonadas en los veranos de las heladerías antiguas, los hilos del tranvía y las prisas de la gente que no puede tener una playa que llevarse a la boca… Vine a Madrid, y ahora voy y vengo, a la sombra del kilómetro cero de la Puerta del Sol de todas mis partidas. Soy una más de El Bosque de los Ausentes o El Bosque del Recuerdo, con el sonido del Cant dels ocells (“Canto de los pájaros”) y el silencio de cristal cilindro del Vacío Azul.
Vine a Madrid como llegan las olas a mi playa: en un descuido del destino. Llegué desde la geografía estirada de la infancia que no tiene carné de identidad, ni pasaporte alguno de fronteras. Sonajero de risas y escapada de espuma estuve en el Madrid extraño de mis cosas, el del frío, la bufanda, los guantes de lana y el gorrito de fieltro y… “tápate la boca al salir” del Doré y “no tires al suelo las cáscaras de las pipas” en los cines de verano. Como una gaviota blanca del Mediterráneo que esperase el Atlántico de su futuro, perdida en el asfalto y guiñándole el ojo a Las Meninas o contemplando extasiada a aquel hombre triste de la mano en el pecho del Museo del Prado. Vine a Madrid porque ya estaba en mí sus costas, sus sabores añejos, la lluvia y mis botas de agua, diminutas; el sereno y el hombre bueno del organillo y hasta los sabañones y las gripes. Arañando sus calles, jugando a la comba cuando era “la viudita del Conde Laurel” en El Retiro y echándole migas a los patos del lago, estuve, estuve en ese otro Madrid de siglos míos. Sin ser jamás “la flor de Chamberí” ni la chicuela de un chotis, me tragué todo lo que decía Bobby Deglané en aquella radio de madera y hasta me enteré que existía un tal Perico Chicote. Ah, y conocí a “la emperatriz de Lavapiés” desde que vino al mundo Chelito, en el Gómez Ulla de Carabanchel, para compartir conmigo los conciertos de la Villa y Corte. Suspirando a castizo todo lo que tocaba, las zarzuelas se merendaban conmigo las tardes de granizo y el brasero de la mesa de camilla entre los cuentos de Calleja y Perrault, los cromos y el Florita. Vine a mordisquear todos los nombres sustantivos y propios a mi alcance: los barquillos, las fiestas de guardar, el negrito del Cola-Cao, himnos, uniformes, marchas y desfiles militares, el lugar de los inválidos en los autobuses, los viejitos al sol en los bancos de las plazas, la enciclopedia Miñón, el Catón y el Guerrero del antifaz, la Arganzuela, Curtidores de Cascorro y El Rastro, La Latina y la estación de Atocha, las Vistillas, las boticas, Norit el borreguito, Marcelino, pan y vino, los caballitos del tiovivo, el Nodo, el Palacio Real y la Plaza Mayor por navidades, la Posada de la Villa y Chamberí, los “Bartolillos” y los pasteles de Gloria por Cuaresma o las horchatas y limonadas en los veranos de las heladerías antiguas, los hilos del tranvía y las prisas de la gente que no puede tener una playa que llevarse a la boca… Vine a Madrid, y ahora voy y vengo, a la sombra del kilómetro cero de la Puerta del Sol de todas mis partidas. Soy una más de El Bosque de los Ausentes o El Bosque del Recuerdo, con el sonido del Cant dels ocells (“Canto de los pájaros”) y el silencio de cristal cilindro del Vacío Azul.
Introducción a "Madrid en los Poetas Canarios"
INTRODUCCIÓN
“No sé.
Acabo de soñar un sueño absurdo
como un hongo antiguo de alas enroscadas.
Es un recuerdo. Yo hice una vez un viaje
pedante, idiota. La mar me separaba
del continente y yo crucé la mar, confiado
en la salud aparatosa de mi alma”.
(Alonso Quesada, fragmento de Poema truncado a Madrid)
El mes de diciembre es el mes de las idas y de las vueltas, de los encuentros y las despedidas.
Éramos tres los ausentes y los encontrados en el diciembre del 2006, y me surgió la idea -hoy hecha libro-, a la orilla del mar de nuestras costas, acordándonos de tantos escritores que salieron de las islas y arribaron a Madrid. ¿Qué tendrá ese Madrid? Madrid como punto de arranque y salto. Madrid capital de España y fortín de las editoriales. Madrid de los progresos personales y profesionales.
Para nosotros los isleños, esta ciudad ha significado infinidad de circunstancias: venir de allí, vivir allí, estancias cortas, estudios universitarios, otros estudios, trabajos, etc. Madrid como centro y eje para muchos creadores canarios.
La periferia siempre busca su punto de referencia o de contraste con lo que le parece el ideal, el sueño y la aventura de lanzarse al riesgo, la hazaña que empieza siempre por uno mismo. Y, a fin de cuentas, siempre queda el retorno, volver a casa.
En ocasiones, un simple viaje a cualquier lugar podría proporcionarnos un desconcierto, una alucinación, una llegada a otra galaxia distinta a nuestro punto geográfico, paralelo 28º en donde nos encontramos, tan diferente, distinto en formas y sustancias. El ser isleño es un estado de vida, es un estado del alma. Es curioso cómo nos zarandeamos entre dos polos opuestos de apreciación; para unos, estamos “aislados”, faltos de movimiento, de salida, de expansión, limitados por los propios límites que el mismo océano nos cerca, nos acondiciona y nos bloquea ante ese otro mundo universal que es todo “lo de fuera”. Esto podría habernos agriado el panorama de nuestra personalidad y ese carácter isleño que algunos dicen podríamos tener. Hacernos recelosos, introvertidos, poco arriesgados, acomplejados e indecisos ante cualquier otro espacio más allá de nuestras lindes. Pero, por otro lado, tenemos a un canario distinto, al que sabe que vive en el centro del mundo, rodeado por tres continentes, en medio de un océano, habitante del jardín de las Hespérides, abierto a todos los mundos posibles, sin miedo a emigrar a Cuba, Venezuela, San Luis de Texas, Montevideo, Guinea, el Sáhara, Madrid… buscadores de sueños, labrándose el medio de prosperar y, tal vez, soñar con volver al fin de sus días. A estos canarios pertenecen los atrevidos, los arriesgados, sin complejo alguno, lanzados y retadores. Canarios que cantan, que lloran, dentro o fuera de sus jaulas. Canarios que escriben y lanzan al aire sus mundos poéticos.
En diciembre pasado, los tres poetas canarios coordinadores del presente trabajo, recordamos a Lorca, ese Poeta en Nueva York y cómo, en ocasiones, un viaje a otro lugar puede significar la plasmación de un sentimiento hecho emociones, hecho poesía.
Salvando distancias, tiempos y otras cuestiones, no quisimos recrearnos en buscar a “poetas canarios en Madrid”. No nos pareció apropiado, pues los caminos del mar son infinitos. No vamos, a veces venimos. No llegamos, a veces nos llegan. Nos llega, esta vez, Madrid y la hacemos nuestra. La sentimos bajo cincuenta y dos perspectivas distintas, voces canarias de distintas edades, estilos, reflexiones, vivencias, sentimientos y poéticas. Esta vez es “nuestro” Madrid, el de los poetas canarios. El Madrid que nos conquista y el Madrid que hemos conquistado.
Sea esta muestra una apreciación de los caminos que hace el mar en donde las olas siempre llegan a todas las orillas.
“Oh, amigo poeta, ya las horas
son lejanas,
pero un calor cordial –puente de ensueño-
brota del alma mía, hacia tu alma!
¡Madrid! Un hombre solo
dentro de ese Madrid, se escucha…”
(Alonso Quesada,
fragmento de Poema truncado a Madrid)
“No sé.
Acabo de soñar un sueño absurdo
como un hongo antiguo de alas enroscadas.
Es un recuerdo. Yo hice una vez un viaje
pedante, idiota. La mar me separaba
del continente y yo crucé la mar, confiado
en la salud aparatosa de mi alma”.
(Alonso Quesada, fragmento de Poema truncado a Madrid)
El mes de diciembre es el mes de las idas y de las vueltas, de los encuentros y las despedidas.
Éramos tres los ausentes y los encontrados en el diciembre del 2006, y me surgió la idea -hoy hecha libro-, a la orilla del mar de nuestras costas, acordándonos de tantos escritores que salieron de las islas y arribaron a Madrid. ¿Qué tendrá ese Madrid? Madrid como punto de arranque y salto. Madrid capital de España y fortín de las editoriales. Madrid de los progresos personales y profesionales.
Para nosotros los isleños, esta ciudad ha significado infinidad de circunstancias: venir de allí, vivir allí, estancias cortas, estudios universitarios, otros estudios, trabajos, etc. Madrid como centro y eje para muchos creadores canarios.
La periferia siempre busca su punto de referencia o de contraste con lo que le parece el ideal, el sueño y la aventura de lanzarse al riesgo, la hazaña que empieza siempre por uno mismo. Y, a fin de cuentas, siempre queda el retorno, volver a casa.
En ocasiones, un simple viaje a cualquier lugar podría proporcionarnos un desconcierto, una alucinación, una llegada a otra galaxia distinta a nuestro punto geográfico, paralelo 28º en donde nos encontramos, tan diferente, distinto en formas y sustancias. El ser isleño es un estado de vida, es un estado del alma. Es curioso cómo nos zarandeamos entre dos polos opuestos de apreciación; para unos, estamos “aislados”, faltos de movimiento, de salida, de expansión, limitados por los propios límites que el mismo océano nos cerca, nos acondiciona y nos bloquea ante ese otro mundo universal que es todo “lo de fuera”. Esto podría habernos agriado el panorama de nuestra personalidad y ese carácter isleño que algunos dicen podríamos tener. Hacernos recelosos, introvertidos, poco arriesgados, acomplejados e indecisos ante cualquier otro espacio más allá de nuestras lindes. Pero, por otro lado, tenemos a un canario distinto, al que sabe que vive en el centro del mundo, rodeado por tres continentes, en medio de un océano, habitante del jardín de las Hespérides, abierto a todos los mundos posibles, sin miedo a emigrar a Cuba, Venezuela, San Luis de Texas, Montevideo, Guinea, el Sáhara, Madrid… buscadores de sueños, labrándose el medio de prosperar y, tal vez, soñar con volver al fin de sus días. A estos canarios pertenecen los atrevidos, los arriesgados, sin complejo alguno, lanzados y retadores. Canarios que cantan, que lloran, dentro o fuera de sus jaulas. Canarios que escriben y lanzan al aire sus mundos poéticos.
En diciembre pasado, los tres poetas canarios coordinadores del presente trabajo, recordamos a Lorca, ese Poeta en Nueva York y cómo, en ocasiones, un viaje a otro lugar puede significar la plasmación de un sentimiento hecho emociones, hecho poesía.
Salvando distancias, tiempos y otras cuestiones, no quisimos recrearnos en buscar a “poetas canarios en Madrid”. No nos pareció apropiado, pues los caminos del mar son infinitos. No vamos, a veces venimos. No llegamos, a veces nos llegan. Nos llega, esta vez, Madrid y la hacemos nuestra. La sentimos bajo cincuenta y dos perspectivas distintas, voces canarias de distintas edades, estilos, reflexiones, vivencias, sentimientos y poéticas. Esta vez es “nuestro” Madrid, el de los poetas canarios. El Madrid que nos conquista y el Madrid que hemos conquistado.
Sea esta muestra una apreciación de los caminos que hace el mar en donde las olas siempre llegan a todas las orillas.
“Oh, amigo poeta, ya las horas
son lejanas,
pero un calor cordial –puente de ensueño-
brota del alma mía, hacia tu alma!
¡Madrid! Un hombre solo
dentro de ese Madrid, se escucha…”
(Alonso Quesada,
fragmento de Poema truncado a Madrid)
lunes, 19 de julio de 2010
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